23/3/15

Cómo perdí mi primer millón de dólares

Cómo perdí mi primer millón de dólares
Spoiler: Probablemente hayan sido mucho más.

La luz del monitor me está quemando los ojos. Mi escritorio está lleno de tazas de café vacías, migajas de galletitas y papeles de quién sabe qué. Creo que está listo. Aunque estoy tan cansado que ya ni estoy seguro. Llevo más de 20 horas sin dormir. Pero, ¿quién lleva la cuenta?.

Me conecto a mi servidor y empiezo a subir los archivos. 1, 8, 12% ¡Por Dios! ¿Cuánto tarda esto? Entre el cansancio y esa barrita de carga que apenas se mueve, siento como me pasa la vida. 29, 48, 77%.Mientras que los archivos van subiendo, aprovecho para compartir el link en uno de los foros más populares de desarrolladores. Sitio caracterizado por tener a los usuarios más inteligentes y a la vez más descorazonados del mundo, capaces de desgarrar proyectos y sueños de muchos con apenas unas pocas líneas. “Muchachos, miren lo que acabo de hacer” escribo en el foro, esperando que la ironía y el sabelotodismo de los usuarios destrocen en pequeños pedazos todas esas horas de trabajo invertidas. De a poco, los comentarios empiezan a caer de a uno. El primero no está mal. Criticó algunas cosas obvias, pero nada de otro mundo. ¿Otro comentario más diciendo que le gustó?. Wow, esto debe significar algo. Los comentarios empiezan a apilarse. En su mayoría con feedbacks positivos y los infaltables “Pff, yo pude haber hecho eso en un fin de semana.” (Lo que no sabe es que yo lo hice en 20 horas). De a poco, veo como el tráfico empieza a crecer exponencialmente. 100. 158. 221. 221 personas conectadas en mi sitio viendo lo que acabo de hacer. Nada mal. Luego de haber realizado semejante “proeza” digital, creo que me merezco unas buenas horas de sueño.

A la mañana siguiente mientras tomaba un sorbo de café casi me atraganto al enterarme que el sitio había recibido más de 91.000 visitas en menos de 24 horas. Actualizo la página para ver si esa información era real. Y sí, efectivamente, casi cien mil personas visitaron la página. Escaneo con la mirada los titulares de mi mail (que estaba más sobrecargado que de costumbre) y encuentro cartas de periodistas, bloggers y gente a quienes seguí por años. Pasaron los días, el tráfico bajó y al igual que mi ego, los mails de gente interesante. Unos días después recibí un mail de un emprendedor que me felicitaba por el trabajo que había hecho y me comentaba que su empresa estaba desarrollando algo similar. Y aprovechando mi pasada por San Francisco, le encantaría invitarme a conocer su oficina en el centro de Palo Alto. Honestamente, no me generó ningún tipo de emoción, después de todo, ya tenía programado almuerzos en Apple, Google y Facebook durante toda esa semana.

Adelantando unos meses luego, de mi viaje por Silicon Valley y ya de vuelta en Buenos Aires, leo entre los titulares que una empresa de apenas 13 empleados había desarrollado una aplicación de iPhone similar a la que yo había hecho y acababa de ser adquirida por Dropbox, el popular software de almacenamiento por más de 120 millones de dólares. Esa noticia pudo haber sido un titular más de las tantas transacciones del mercado de startups que aparecen todos los días, pero no fue así, porque el CEO de esa pequeña empresa era aquel que me había invitado a conocer sus oficinas y yo le había rechazado.